Me siento a contemplarme sin apuro apenas en silencio, separado yo de mí como mirando viejas fotos.
Voy recorriendo el cuerpo ajeno como si de otro fuera, no reconozco estas piernas, tampoco los brazos, parecen de un anciano siento que no soy yo. El rostro antes hermético, se ha vuelto expresivo, de lágrimas fáciles.
Inquietas, sólo mis manos me pertenecen, adentro, en mi mente, sigo siendo un recuerdo de otro tiempo, otro lugar, la nostalgia me ha separado de mí.
De a ratos sordas luces llenan el cuarto, se reflejan en el espejo de la cómoda que viajó desde España con la mesa y mi abuela. Potes de colores vagos dejan su marca de polvo anciano en el mármol.
Fantasmas inofensivos me llevan al pasado.
Una pelusa suave de salitre blanquea el piso se me pega en las rodillas mientras rezo unos rezos chiquititos. La abuela a mis espaldas no ve que, sin mover la cabeza, sigo con los ojos el vuelo de una mosca. Dulcemente con su voz seductora la misma conque canta con gracia me ayuda con el Padre Nuestro, al fin la mosca se posa en la colcha, y yo: “mas líbranos del mal amén”
Estallan en el espejo relámpagos extenuados,
suavemente mientras ya no me arropa comienza a caer la lluvia.